Descripción del libro
Partiendo de una pregunta inevitable: ¿Qué nos está pasando?, el autor va pasando revista, una a una, a la problemática de las nuevas y los diversos elementos de rechazo inherentes en nuestras iglesias y reflexiona:
«Nos toca presenciar de cerca la debacle de instituciones, ideas, personalidades y proyectos. Los grandes relatos que dieron coherencia y sentido al mundo por siglos se están cayendo a pedazos. La posmodernidad vino para desestabilizar buena parte de las soluciones que funcionaron para nuestros antecesores; hoy sus respuestas ya no resultan tan útiles para entender el mundo que nos rodea. Lo que aprendimos sobre Jesús y su Buena Noticia para la humanidad tiene que enfrentarse a diario con la globalización, la deconstrucción, el relativismo cultural, la omnipresencia de Internet y las nuevas tecnologías, el neoliberalismo, la desconfianza generalizada en las instituciones, las teorías poscoloniales y de género, la diversidad de los modelos de familia y Estado, etc.
Podemos ignorar estas realidades, claro está; podemos negar la validez de estos procesos históricos y considerar que toda esta tendencia de la sociedad es nada más que una moda pecaminosa y de mal gusto, fomentada por el ateísmo, la comunidad LGBT o el nuevo orden mundial. Podemos hacer como que no vemos, podemos ignorar los escombros que nos rodean y convencernos de que se puede seguir siendo aquel pequeño pueblo muy feliz. Esto es casi como decir: el cristianismo es incompatible con nuestra era.
Podemos también pasarnos a la vereda opuesta y claudicar ante la presión: aceptar sin filtros ni críticas el paradigma actual, incluso si eso significa aguar el Evangelio, robarle algunas de sus verdades fundamentales y ponerlas al servicio del espíritu de la época. Sin embargo, esa es justamente la critica que hacemos a nuestros antepasados: que la iglesia aceptó acríticamente las filosofías y modas de su entorno y, cuando el barco empezó a hundirse, la iglesia se hundió también en el naufragio.
Una tercera opción es lidiar con el polvo de las ruinas y enfrentar con coraje y humildad el panorama desolador. Esto implica un doble compromiso: con Cristo, quien es Señor de la historia, y con la historia misma, en la que Cristo decidió encarnarse. Es animarse a perseguir la voz de Jesús por terrenos desconocidos y repensar nuestras creencias y explicaciones, arremangarse las ideas, buscar la pala y la carretilla, pedir perdón, aceptar perdón, reconstruir. Es animarse también a darle entidad a las preguntas de nuestros contemporáneos, a considerar que Jesús no va a nacer entre nosotros si no le permitimos dialogar, como Él hizo en su tiempo, con nuestra realidad inmediata».
Podemos tirar la toalla o podemos reaccionar, analizar qué hemos hecho mal, qué podemos y debemos cambiar, y mostrarnos capaces de plantear un testimonio cristiano coherente en la época de la relatividad, presentando a Cristo como el último refugio de la fe.
«Nos toca presenciar de cerca la debacle de instituciones, ideas, personalidades y proyectos. Los grandes relatos que dieron coherencia y sentido al mundo por siglos se están cayendo a pedazos. La posmodernidad vino para desestabilizar buena parte de las soluciones que funcionaron para nuestros antecesores; hoy sus respuestas ya no resultan tan útiles para entender el mundo que nos rodea. Lo que aprendimos sobre Jesús y su Buena Noticia para la humanidad tiene que enfrentarse a diario con la globalización, la deconstrucción, el relativismo cultural, la omnipresencia de Internet y las nuevas tecnologías, el neoliberalismo, la desconfianza generalizada en las instituciones, las teorías poscoloniales y de género, la diversidad de los modelos de familia y Estado, etc.
Podemos ignorar estas realidades, claro está; podemos negar la validez de estos procesos históricos y considerar que toda esta tendencia de la sociedad es nada más que una moda pecaminosa y de mal gusto, fomentada por el ateísmo, la comunidad LGBT o el nuevo orden mundial. Podemos hacer como que no vemos, podemos ignorar los escombros que nos rodean y convencernos de que se puede seguir siendo aquel pequeño pueblo muy feliz. Esto es casi como decir: el cristianismo es incompatible con nuestra era.
Podemos también pasarnos a la vereda opuesta y claudicar ante la presión: aceptar sin filtros ni críticas el paradigma actual, incluso si eso significa aguar el Evangelio, robarle algunas de sus verdades fundamentales y ponerlas al servicio del espíritu de la época. Sin embargo, esa es justamente la critica que hacemos a nuestros antepasados: que la iglesia aceptó acríticamente las filosofías y modas de su entorno y, cuando el barco empezó a hundirse, la iglesia se hundió también en el naufragio.
Una tercera opción es lidiar con el polvo de las ruinas y enfrentar con coraje y humildad el panorama desolador. Esto implica un doble compromiso: con Cristo, quien es Señor de la historia, y con la historia misma, en la que Cristo decidió encarnarse. Es animarse a perseguir la voz de Jesús por terrenos desconocidos y repensar nuestras creencias y explicaciones, arremangarse las ideas, buscar la pala y la carretilla, pedir perdón, aceptar perdón, reconstruir. Es animarse también a darle entidad a las preguntas de nuestros contemporáneos, a considerar que Jesús no va a nacer entre nosotros si no le permitimos dialogar, como Él hizo en su tiempo, con nuestra realidad inmediata».
Podemos tirar la toalla o podemos reaccionar, analizar qué hemos hecho mal, qué podemos y debemos cambiar, y mostrarnos capaces de plantear un testimonio cristiano coherente en la época de la relatividad, presentando a Cristo como el último refugio de la fe.
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Autor Magnin, Lucas Publicacion 2019 Medidas 15.2 x 22.8 Páginas 208 BISAC REL012110 Encuadernación Rústica fresada Acabado Plastificado brillo Idioma es