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Plantinga, Alvin

Plantinga, Alvin
Filósofo reformado estadounidense, nació en 1932, educado de la Iglesia Cristiana Reformada, estudió en el Calvin College de Grand Rapids (Michigan), donde más tarde ejercería como profesor de filosofía durante casi dos décadas, hasta la toma de posesión de la Cátedra John A. O’Brien de filosofía en la Universidad de Notre Dame (Indiana), cargo que ocupa en la actualidad.

Calvinista en teología, cristiano convencido desde la infancia, considera que la tarea del filósofo cristiano consiste básicamente en obra apologética, entendida como defensa del cristianismo de los ataques de sus detractores. Esta es la tarea ineludible de todo filósofo que se considere cristiano. Por ella Plantinga reacciona al positivismo lógico y advierte a la comunidad de fe contra la acomodación fácil a las modas actuales, llevados quizá por un complejo de inferioridad intelectual cristiana. Los filósofos cristianos han de tener más confianza en sí mismos y en lo que creen. Han de tener coraje y valentía para expresar su visión de las cosas.

Desde esta perspectiva ha intervenido en los principales debates que en la filosofía analítica se han sostenido en torno a la religión. En sus primeros escritos, intervino en la cuestión de la significatividad del lenguaje religioso, rechazando los presupuestos epistemológicos del positivismo lógico. Más tarde desarrolló una versión modal del argumento ontológico, de gran influencia en el ámbito analítico. Otra preocupación constante ha sido la racionalidad de la creencia religiosa. Es lo que le llevó a desarrollar la denominada “epistemología reformada”, acorde a los presupuestos bíblicos, de gran vigor entre los filósofos evangélicos norteamericanos.

Autor de obras como God and Other Minds (1967), The Nature of Necessity (1974), y God, Freedom and Evil (1980), expone la racionalidad y justificación de la creencias religiosas en una trilogía de obras que llevan por título Warrant: the Current Debate; Warrant and Proper Function y Warranted Christian Belief (1993-).

La “epistemología reformada” de Plantinga defiende la racionalidad de la creencia en Dios, aunque falten evidencias, porque tal creencia en “propiamente básica” en el modo de conocer humano. ¿Qué significa esto? ¿Qué la creencia en Dios no tiene fundamentos? Ni mucho menos, lo que se pretende hacer es resaltar la prioridad propiamente básica de la fe en Dios en el orden cognoscitivo. “Lo que yo mantengo es que la creencia en Dios es propiamente básica; de aquí no se deduce, sin embargo, que es infundada” (Faith and Rationality , IV, B.). “¿Qué quiere decir que la creencia en Dios adecuadamente básica? Esto significa, desde luego, que es racionalmente creen Dios aun cuando uno no conozca ningún buen argumento en favor de la existencia de Dios, y aun cuando no exista de hecho ningún buen argumento” (del Prólogo a la obra de Conesa, Dios y el mal). Creer en Dios no es nada caprichoso ni arbitrario, está fundado en la estructura misma de la realidad, aunque su demostración es difícil de probar cuando se parte de la negación.

Las premisas, los presupuestos, son inevitables. El cristiano tiene tanto derecho a iniciar su reflexión dando por supuesto que Dios existe como el ateo de negarlo. Ambas posturas iniciales son prefilosóficas, lo que importa es avanzar a partir de ellas. El falso e ilusorio, según demostró el filósofo francés, Merleau-Ponty (1908-1961), la afirmación de que la filosofía de corte fenomenológico, analítico y científico no hace presuposición alguna. La mera percepción de la realidad, de las cosas, está implicada en el lenguaje. Lo que percibimos depende de nuestro sistema conceptual y, por tanto, de nuestro lenguaje. El lenguaje es en sí filosofía, la primera filosofía. “La filosofía —decía Wittgenstein— es la batalla contra el aturdimiento de nuestra inteligencia por medio del lenguaje” (Investigaciones filosóficas, § 109).

La filosofía, por consiguiente, cualquier filosofía, no se da sin presuposiciones. Ser conscientes de ello nos facilita al camino a seguir, al no quedar enredados en inútiles razonamiento en círculo, tras los que se esconden intereses y prejuicios doctrinales y temperamentales. Como escribía James, el medio más frecuente de tratar los fenómenos nuevos, que suponen una reordenación de nuestras preconcepciones, consiste en ignorarlos enteramente o en menospreciar a quienes facilitan testimonios acerca de ellos (Pragmatismo, II). De ahí lo difícil que es pensar en protestante, estar siempre dispuesto a comenzar de nuevo, examinarlo todo y retener lo bueno.

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