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Neill, Stephen Charles

Neill, Stephen Charles
Nació el 31 de diciembre de 1900. Hijo de padres misioneros en India, desde su infancia sintió el llamado divino mediante su lectura habitual del Nuevo Testamento a servir a Dios como misionero. Estudió en Trinity College de la Universidad de Cambridge.

En 1924 marchó como misionero de la Iglesia de Inglaterra al Sur de India. Trabajó como evangelista y maestro bíblico en remotas aldeas del país. En 1938 fue consagrado obispo de la Iglesia Anglicana de Tennevelly, elegido por un cuerpo electoral compuesto de un 96 por ciento de indios. Contribuyó a la publicación de literatura en lengua tamil. Durante diez años fue miembro del Comité Unido para la Unión de la Iglesia, que preparó el camino a la formación de la Iglesia de India del Sur, organizada en 1947, uno de cuyos obispos fue J.L. Newbigin (v.).

En 1944 regresó a Cambridge, por motivos de salud, como capellán del Trinity College y profesor de teología. Ha pesar de su delicado estado de salud, a partir de 1947 desarrolló una extensa actividad docente an Asia, Africa, Canadá y Estados Unidos, especialmente con proyectos del Concilio Mundial de Iglesias y el Concilio Misionero Internacional.

Profesor de misiones y teología ecuménica en la Universidad de Hamburgo en 1956 y 1962-68. Dicha institución académica le otorgó un doctorado en teología honoris causa, el primero en concederse a un extranjero. En 1969 marchó a Kenya, donde fue profesor de filosofía de la religión en la Universidad de Nairobi, hasta 1973.

Gran comunicador pronunció conferencias por todo el mundo; fue muy solicitado como orador en las misiones universitarias en Inglaterra.

Su ensayo sobre el anglicanismo representa el mejor análisis histórico, teológico y misionero de dicha comunión eclesial.

Enfatizó el concepto global del ministerio de la Iglesia, que ve en cada miembro un ministro de Dios, que después iba a ser tomado por Elton Trueblood (v.), y otros muchos escritores modernos.

Para él ser evangélico es “quien acepta el supremo señorío de Jesucristo; que tiene las Escrituras como la guía final de la fe y la vida de la iglesia; que cree en la necesidad de la conversión personal, y en la presencia del Espíritu Santo en el creyente; que considera obligación de cada cristiano ser testigo de Jesucristo en su manera de vivir y modo de encarar la muerte. Si estamos de acuerdo en esto tenemos mucho terreno común. Todo lo demás es relativo. Si solamente pudiéramos concordar en estos puntos centrales del evangelicalismo y aceptar el hecho de que en temas como la Segunda Venida podemos diferir sería un gran adelanto. Lo mismo ocurre con la definición de la inspiración. Son desacuerdos dentro de los acuerdos fundamentales. Si los evangélicos pudieran dejar a un lado su suspicacia y estar juntos, serían un testimonio inmenso para la Iglesia y el mundo, pero son débiles por la inevitable concentración en puntos secundarios que surgen de la controversia.”

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