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Henry, Matthew

Henry, Matthew

Nació en Broad Oak, Iscoid, un pueblecito de Gales el 18 de octubre de 1662 poco después de que su padre, Philip, hubiese sido echado de su iglesia por haberse negado a someterse a la nueva situación de intolerancia que había sido impuesto por el rey Carlos II de Inglaterra. Su padre fue uno de los 2.000 ministros del Señor que salieron (o fueron expulsados) de la Iglesia de Inglaterra, por disentir del sistema oficial; por ello, fueron llamados «no-conformistas». De hecho, Philip Henry había sido, antes de dicha expulsión, uno de los más distinguidos miembros evangélicos de la Iglesia Anglicana, que, a partir de “la gran expulsión” de 1662, sería igualmente distinguido como “no conformista”, o disidente y opuesto al Acta de Uniformidad. Su madre era de noble y acomodada familia, por lo que su padre pudo ejercer su ministerio sin percibir ninguna remuneración.

Matthew fue su segundo hijo, y nació en tan precaria condición física, que le bautizaron al día siguiente, por temor a que muriese antes de cumplir la primera semana. Aunque, de niño, continuó físicamente débil, fue, sin embargo, muy fuerte en lo intelectual y más aún en lo espiritual. Gracias a la valerosa y espiritual influencia de su padre, Matthew se convirtió a los diez años de edad (1672). Educado en su propia casa, en un principio, fue luego a estudiar en una academia del barrio londinense de Islington, donde destacó, entre otras asignaturas, en latín, griego, hebreo y francés, y estudió hasta el 1682, año en que regresó a Iscoid para ayudar a su padre en las tareas pastorales.  Volvió pronto a Londres para estudiar Leyes, dando muestras de gran memoria y fácil elocuencia. Pero, bajo la influencia de dos grandes predicadores, los doctores Stillingfleet y Tillotson, comenzó a interesarse más y más por las cosas espirituales, formando con algunos de sus amigos un grupo que se reunía regularmente para orar en común y estudiar la Biblia.

Después de regresar nuevamente a su casa como candidato al ministerio comenzó a predicar. Quienes le oyeron en Chester, le pidieron que tomara el pastorado de la congregación. Fue ordenado el 9 de mayo de 1687 y ejerció el pastorado en Chester desde ese mismo año hasta 1712. Enviudó cuando todavía era muy joven y se casó en segundas nupcias con una nieta de Peter Warburton, de la que tuvo nueve hijos, sobreviviendo seis de ellos. Su casa, como la de su padre, pudo ser llamada «Casa de Dios y puerta del Cielo».

Fue durante este pastorado (con predicación diaria), cuando, en el culto familiar, comenzó a exponer el Antiguo Testamento por las mañanas, y el Nuevo por las tardes. Esto constituyó la base para su futuro comentario, que comenzó en 1704, y del cual había completado seis volúmenes cuando le sorprendió la muerte, a causa de un ataque de apoplejía, en 1714, contando solamente 52 años de edad. Como sea que el sexto volumen llegaba solamente hasta Hechos de los Apóstoles, trece teólogos no conformistas se encargaron de completarlo.

Logró llevar a cabo tan magna labor gracias a la disciplina personal que era típica de los pastores de aquel entonces. Solía levantarse a menudo a las cuatro de la mañana para así tener tiempo suficiente para cumplir con los deberes normales de su pastorado, y, al mismo tiempo, dedicarse al comentario. A primera vista, al contemplar su voluminosa obra, nadie se puede imaginar que su autor hubiera muerto con tan sólo cincuenta y dos años. Algunos han despreciado el comentario como “sólo de valor devocional”. Otros han pretendido mejorar aspectos de su teología. Sin embargo, si bien buscó producir una obra que estuviese al alcance de muchos,y si bien el comentario está repleto de bosquejos para sermones, nunca se debe olvidar que su autor era maestro de los idiomas originales de las Escrituras, mucho más que la mayoría de sus críticos modernos, y que, en cuanto a su teología, no pocos cristianos evangélicos la calificarían como insuperable.

Su teología es un fiel testimonio de la verdad evangélica, enfatizando la depravación total del hombre y la gracia soberana y salvadora de Dios. Su obra además, no sólo demuestra una profunda capacidad de profundidad espiritual, sino la erudición que proporciona un gran conocimiento del griego y del hebreo.

 

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