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Jerónimo De Antioquía

Jerónimo De Antioquía
Uno de los más importantes Padres de la Iglesia del sector oriental, aunque fue bautizado en Roma como "Eusebius Hierónimus", a cuya iglesia local sintió un apego especial durante toda su vida y llegó a escribir en un latín envidiable, aunque sin llegar al de Ambrosio de Milán.

Había nacido en una pequeña ciudad en los antiguos límites entre Italia y Dalmacia (en la actual Yugoslavia). Sus padres eran católicos acaudalados y enviaron a su hijo a Roma para que tuviera una educación superior bajo la tutoría de un tal Donato, experto gramático. Al final de sus estudios, cuando tenía veinte años, fue a Trèves, capital del imperio franco, donde experimentó una especie de conversión, de resultas de la cual renunció a un cargo secular para dedicarse a la meditación y a obras espirituales. Entonces se volvió a su país nativo y a la limítrofe Aquilia, donde se encontró con Rufino y otros clérigos y algunas mujeres devotas, interesados todos ellos en el ascetismo. Allí comenzó Jerónimo a cultivar la ascética e interesarse por los estudios de toda clase.

El año 373, Jerónimo decidió viajar al oriente y, durante algún tiempo, residió en el desierto sirio al sudeste de Antioquía. Allí aprendió a la perfección el hebreo y perfeccionó el griego que ya sabía. Fue ordenado de presbítero en Antioquía y partió después a Constantinopla, donde estudió con Gregorio de Nacianzo. En 382 regresó a Roma, donde se hizo muy amigo del papa Dámaso, de quien llegó a ser secretario. De Dámaso partió el primer impulso para que Jerónimo llevara a cabo la versión de la Vulgata. En efecto, el logro más importante de Jerónimo fue la traducción al latín de los originales de la Biblia que él conocía a la perfección. El fruto de su trabajo fue la Vulgata Latina. Es de notar que Jerónimo no consideraba como inspirados los libros apócrifos que la Iglesia de Roma declaró parte de las Escrituras en el C. de Trento; sólo los añadió como libros devocionales, no atreviéndose a excluirlos del todo en su Vulgata.

Jerónimo fue un gran experto en las Escrituras, así como en la filología, la historia y la geografía de Israel, y sus numerosos comentarios son dignos de estudio, pero sus conocimientos teológicos fueron más bien escasos, lo que le sirvió para tratar sarcásticamente los debates de su tiempo acerca de la gracia, el libre albedrío y la predestinación.

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