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Hoeksema, Herman

Hoeksema, Herman
Nació en una ciudad de la provincia de Groningen (Holanda) en el seno de una familia humilde. En 1904 emigró a Estados Unidos y en 1908 ingresó en el Calvin College de Grand Rapids (Michigan), para pasar después al Calvin Seminary. Hombre de principios, se destacó como estudiante por su inteligencia y originalidad.

Su primer pastorado fue en la Iglesia Cristiana Reformada en Holland (Michigan). En 1920 fue llamado al pastorado de una iglesia numerosa de la misma denominación en Grand Rapids.

En la década de los 20 surgió una controversia denominacional respecto a la doctrina reformada de la “gracia común”, negada por Hoekesma y algunos pastores más. El resultado fue la increíble expulsión de todos ellos y sus congregaciones de la Iglesia Cristiana Reformada (1924), lo que dio origen a la fundación de las Iglesias Protestantes Reformadas en América, que en la actualidad cuentan con unos 6.000 miembros en 27 congregaciones.

Su pastorado se extendió por un período de 50 años, repartido con su cátedra de teología dogmática en el Seminario Teológico de la recién formada denominación, a la que dedicó casi 40 años. Durante ese tiempo desarrolló una completa dogmática reformada, basada primariamente en las Escrituras y, secundariamente, en los grandes símbolos de fe reformados. Su comentario al Catecismo de Heidelberg ocupa más de 2.000 págs. en 3 vols. Su dogmática, fruto de sus cuarenta años de enseñanza, fue publicada póstumamente. G.C. Berkouwer (v.) le consideró unos de los teólogos más agudos de Norteamérica, aunque discrepara con él en algunos puntos, como su supralapsianismo y rechazo de la gracia común.

Académico, buen conocedor de los movimiento teológicos europeos (Barth, Bultmann...), fue además un poeta, un artista, un lingüista, un teólogo y un magnífico predicador. Hizo amplio uso de la radio como medio de extender el Evangelio. En 1947 sufrió un ataque de corazón, que venció gracias a su fuerza de voluntad, lo que le permitió continuar sus labores.

John de Witt afirma que “vivió profunda, devota y fielmente como un siervo de la Palabra de Dios.” En uno de sus primeros sermones expresó la regla de su vida: “Cuanto más persistentemente introduzca el mundo su brazo carnal entre nosotros, más enérgica y decididamente clamaremos en el nombre del Señor: Sólo la Palabra de Dios permanece para siempre.”

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