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Corro, Antonio Del

Corro, Antonio Del
Nació en Sevilla en 1527. Hijo de un doctor en Leyes y sobrino de uno de los inquisidores que llevó el proceso contra el Dr. Egidio. Ingresó como monje en el Monasterio de San Isidoro del Campo (Sevilla), de la orden de los jerónimos (¿Cómo, cuándo, se convirtió?)

En 1557 abandonó el claustro junto con otros de sus compañeros, entre los que estaban los futuros primeros traductores de la Biblia, Reina (v.) y Valera (v.), para librarse de los inquisidores. Estos le quemaron en estatua (“esfigie”, en la terminología inquisitorial) en 1562 y le metieron en el Indice de Libros Prohibidos como autor de primera clase en 1570.

Huido primero a Ginebra pasó después a Lausana (Suiza), en cuya Academia tuvo por maestro y amigo al sucesor de Juan Calvino (v.), Teodoro de Beza. Con la recomendación del propio Calvino se trasladó a la pequeña corte de Juana III de Albret, reina de la Navarra transpirenaica, la cual, públicamente, el Domingo de Resurrección de aquel mismo año, 1559, había aceptado el calvinismo. Dio clases de español al futuro rey de Francia Enrique IV. Asímismo, fue rector de escuelas y planeó, con Casiodoro de Reina, la impresión de la traducción de la Biblia en uno de los castillos de Juana de Albret. En respuesta al llamamiento de la congregación francesa de Amberes, se trasladó a los Países Bajos. Solo pudo predicar una vez, debido a la prohibición expresa de las autoridades españolas reinantes. Entonces comenzó a escribir y publicar. Su primera obra impresa: Epistre et amiable remostrance D’un Ministro de L’Evangile de Nostre Redempteur Iesus Chirst (Amberes 1567), es una invitación para que luteranos y calvinistas no se distancien a causa de la doctrina sobre la Santa Cena.

Dos meses más tarde,  Lettre envoyée a la maiesté du roy des Espaignes (1567), donde aboga por la libertad religiosa ante Felipe II. “Un muy humilde súbdito -escribe- le da razón de su partida del reino de España y presenta a su Majestad, la confesión de nuestra religión cristiana, mostrándole las graves persecuciones que sufren sus súbditos de los Países Bajos por mantener la dicha religión y el medio de que su Majestad podría usar para remediarlo”.

¿Cómo respondió Felipe II a tanta audacia? ¿Le gustó lo que tan vivamente relata tras ver y oír a los Tercios de Flandes, el 12 de marzo de 1567? En 1567 llegó a Inglaterra, donde permanecerá hasta el día de su muerte. Le acompañaba su familia, es decir, esposa e hijos, porque,como se lamenta enla citada carta a Felipe II, tuvo que renunciar al gozo de “sus padres y amigos” por amor de la verdad al Evangelio.

Los años pasados en Londres fueron agridulces. Por un lado, las numerosas controversias teológicas en las que solía estar envuelto le robaban la paz y los amigos. Claro que también pudo dedicarse a la enseñanza universitaria en Oxford (en el Christ Church College), publicar y más tarde disfrutar de una prebenda de la Iglesia Anglicana, donde terminó aquel calvinista español. Cultivó relaciones con los más altos dirigentes del gobierno y de la iglesia, como Edmund Grindal, entonces Obispo de Londres y después Arzobispo de Canterbury; Matthew Parker; William Cecil, gran amigo de los protestantes españoles refugiados en Inglaterra y el conde de Leicester, Arthur Atey.

Del Corro fue un abogado y defensor de la tolerancia religiosa y la unidad entre los protestantes, pues, para él, “La mejor Reforma sería el renacimiento por medio del cual los cristianos dejarían a un lago sus diferencias”, aunque no se puede decir que la moderada voz del español fuera muy escuchada, sino todo lo contrario. “Antonio del Corro, aunque partidario de la teología de Calvino, se manifiesta, como Tomás Carrasco, muy independiente en su sentir y pensar. Lo que más le duele, aparte de que le duele España, es que los creyentes evangélicos anden enzarzados en disputas y hasta luchas” (M. Gutiérrez Marín).

El 29 de marzo de 1582 el Obispo Aylmer lo instaló en la Catedral de San Pablo (Londres), como prebendado de Harleston. No pudo ver lograda su meta de ser nombrado obispo. A las dos obras antes mencionadas hay que añadir: Tableau de L’oevvre de Dieu (1569), Dialogos Theologicus (1574), Sapientissimi regis Solomonis (1579) y Reglas Gramaticales (1586). También se ocupó de una revisión del Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, escrito por Alfonso de Valdés.

Su copiosa correspondencia, en las diversas lenguas que conocía, se conserva en buena parte, tanto por ir firmada, generalmente con nombre falso, como por circular a través de intermediarios no sospechosos y tener por destinatarios a grandes personajes de la época. “La posteridad -escribe el estudioso E. Boehmer-, a quien él repetidamente apeló, debe al fogoso andaluz el reconocimiento de que ha prestado muy buenos servicios en favor de la unión de todos los evangélicos hacia un cristianismo práctica entro del aislamiento de las diferentes denominaciones”.

GABINO FERNANDEZ

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